En los albores de la civilización, cuando todavía quedaba algún velociraptor deambulando por la tierra, hablamos del año 81, 1981 quiero decir, nacía un niño repelente, quejica, sabiondo y protestón, que cuestionaba TODAS las órdenes que le daban, TODAS las cosas que le imponían.
Según otras fuentes, este niño pudo haber llegado a la tierra en una cápsula procedente del mundo helado de Hoth, pues tal era su carácter, de hielo, enviado por los soldados rebeldes para salvarlo de las malvadas fuerzas del Imperio. Rebelde era (y es), eso estaba (y está), muy claro.
De lo que no había ninguna duda, era de que el niño fuera de donde fuera era raro de cojones. Detectaba el olor del queso o el humo del tabaco a kilómetros de distancia, notaba sabores de ingredientes que nadie más notaba, hablaba muy bajito, decía «me da igual» a todo, le molestaban algunos jerseys que picaban, estudiaba con la luz apagada porque decía que veía perfectamente mientras escuchaba ACDC en los auriculares del walkman a todo volumen para aislarse del mundo que le rodeaba, jugaba al ajedrez con adultos y leía comics.
Le aburrían las cosas a las que jugaban los demás niños y no tan niños, era ultra competitivo y no quedaba satisfecho hasta ser capaz de ganar a todo el mundo a todo.
¿Qué importaba que el niño se quedara mudo y agachara la cabeza cuando el médico, un vecino o un familiar lejano le preguntaban algo? ¡bah! eso es que es tímido sin más, ya se le pasará.
No le pasa nada, no ves que saca buenas notas y además es un niño muy bueno. Y sí, el niño tenía amigos, y creció y pasó al instituto con ellos, pero… no entendía nada. ¿Por qué fumaban? si era insoportable el olor y encima nos habían explicado mil veces que te destrozaba los pulmones pero…todo el mundo fumaba así que el niño ya grandecito allí estaba en medio de todos aguantando sin entender nada. Y se aburría, le aburrían mucho sus conversaciones, eran…no se…infantiles. Cambiaba de grupo hasta que se volvía a aburrir y así iba tirando, seguía sin entender nada. ¿Sería de otro planeta?. Y en bachillerato a los profesores ya no le parecía un niño tan bueno, no, ahí le reñían porque no atendía:
- Oiga le estoy atentiendo y escuchando perfectamente.
- No me estás prestando atención, estás mirando para otro lado.
Y ahí seguía sin entender nada, indignado porque SÍ que estaba atendiendo. No entendía por qué le reñían, no era justo.Y dibujaba, mientras escuchaba dibujaba a bolígrafo, aumentaba su concentración pero… también le reñían por eso. Seguía sin entender nada. Que injusto era todo.
Y estaba agotado. Por las tardes no conseguía más que estar en el sofá, no sabía por qué pero no tenía fuerzas para hacer nada más. Y llegaba el viernes y dormía 14 o 15 horas seguidas. Llegó el día en que descubrió que no podía más y empezó a faltar a clase. Se saltaba 2 o 3 de las 6 horas diarias que tenía y oye, aquello resultó maravilloso: empezó a rendir muchísimo más y mejor. Un par de horas por el medio jugando a las cartas en el bar con los colegas y volvía a ser persona otra vez pero…sí, lo habéis adivinado: también le riñeron por eso aunque esta vez aumentó de categoría, pasó a ser considerado un sinvergüenza por los y las maestras. Imagino que debió de dolerles que aprobara todos sus exámenes igual sin necesidad de ir a sus clases. Y entre pitos y flautas aquel niño protestón, sabiondo y agotado llegó a la universidad.
Le toco en el turno de tarde, sólo, sin conocer a nadie. Fue como si le hubieran soltado en el centro de Tokyo sin hablar japonés. Fue incapaz de nada. Allí nadie te preguntaba quien eras, ni que hacías allí ni nada, tenía que buscarse la vida sólo. La debacle fue mayúscula.
Fue incapaz de saber ni cuales eran sus asignaturas, ni su horario ni nada, no era capaz de solucionarlo sólo. Una vez más, no entendía nada. Se escapaba a otra facultad a ver a sus amigos. Tardes de cafetería jugando a la pocha y al trivial. En 6 meses anunció que lo dejaba y sí, le volvieron a reñir: una de las mayores broncas de toda su vida, esta vez en casa. Y seguía sin entender nada de todo lo que le rodeaba, las navidades, los cumpleaños, la forma de divertirse, los eventos en general, por qué los demás hacían las cosas que hacían. Por qué…
Esa es una de las cosas que mas habrá repetido en su vida, el por qué: ¿por qué tengo que celebrar la navidad si no me interesa lo más mínimo? ¿por qué tengo que hacer la comunión? no es lógico, no tiene sentido, no quiero. Recibía dos respuestas: pues porque sí o pues porque no.
Una vez más, no podía ser de este planeta, no encajaba, nada cuadraba, nada era lógico, nada tenía sentido. De verdad que no podía ser de la misma especie que los demás. ¿Os suena de algo esto?. Después de años vagueando y aprendiendo en la universidad de la calle, probó a hacer un ciclo formativo. Le echaron. Bueno en realidad se fue 5 minutos antes de que le echaran. Una vez más volvía a ser el sinvergüenza y el maleducado para los maestros, ya sabéis de lo que hablo. Lo intentó a su ritmo pero…no se lo permitieron. «Mi no entender».
Y así hasta que una trabajadora social le dijo que tenía perfil para opositar, que lo intentara. No sabía ni qué era eso. A los 9 meses aproximadamente, casi como un embarazo, era funcionario público. Y de repente, este niño venido de otro planeta empezaba a tener futuro, la vida le había dado una oportunidad. ¿Sabéis lo que pasó cuando se incorporó a su primer destino verdad? exacto, que no entendía nada. Pero nada de nada. Al funcionamiento social de aquel sitio me refiero porque el trabajo en sí lo podía hacer con una mano atada a la espalda.
Le pasó lo mismo que cuando estudiaba, no podía más pero claro, ahí no se puede faltar un par de horas, tienes que cumplir con tu horario de trabajo íntegro, en su caso encima era de mañana y tarde. Reventó, claro. Tardó mucho en darse cuenta. Ansiedad, estados depresivos… seguía sin entender nada. Cuando fue consciente fue al médico, psicólogo de la seguridad social…una mierda, lo de siempre, sabéis bien de lo que os hablo. Hasta que conoció a una persona muy peculiar que parecía provenir de su mismo planeta. Un conocido común le dijo que era asperger. ¿Y eso qué es? preguntó.
Y con 35 años se empezó a informar, a leer, a pensar… «pero si todo esto me describe a mi», «pero si soy yo tal cual»…y encontró la Asociación Asperger de Asturias, y les escribió, y conoció a Gema que le valoró, le explicó, le contó, y no le riñó por nada y entonces, entonces ese niño comprendió…
Miré al cielo, levanté el dedito y como E.T. el extraterrestre dije: mi casa, teléfono pero yo… aquí 👇.No, no soy un extraterrestre y no, no vengo de otro planeta. Este mundo también me pertenece a mi, y no, no era mi culpa todo lo que me ocurría. Y desde entonces, SOY feliz.