Arriba del todo mi firma a la izquierda y a continuación a su derecha el título Diario de un Nac Mac Feegle. Justo debajo pone blog personal. Todo ello en letras negras. Debajo de todo eso mi cabecera, alargada y estrecha, ocupa todo el ancho de la página: DIARIO DE UN NAC MAC FEEGLE escrito con la curva adecuada para que formen el símbólo del infinito. A su derecha una media luna que lo bordea. Colores verde, naranja y marrón claro. A la izquierda del todo y abajo una foto de mi cara dentro de un circulo en plan avatar, todo ello sobre fondo negro. Debajo de esta cabecera ya viene el texto en letras negras sobre fondo blanco. Abajo del texto en mayúsculas pone LEER COMPLETO EN y una mano que señala en la última fila de abajo soyaspieyque.com que está escrito con los colores de la cabecera y a su derecha el mismo infinito también de la cabecera. El texto central de la imagen dice: Hoy toca hablar de cómo no nos dejan SER ni EXISTIR, de como nos anulan, nos borran y nos someten: la tortura del neurotipismo.

Los Eskorbuto

¡Qué buenos eran coño! ¡Grupazo! Los más veteranos del lugar seguro que recordaréis una canción que decía: “mucha policía, poca diversión ¡un error, un error!”

Y esto ¿qué tiene que ver con el autismo? Pues mucho, aunque no lo parezca.

Nos riñen, sí, nos riñen por absolutamente todo. Por lo que hacemos, por cómo somos, por lo que decimos, por nuestro comportamiento, por la forma de hablar… yo creo que nos riñen hasta por respirar. Todo lo que somos, parece estar mal. Se encargan puntualmente de recordárnoslo.

Empiezan ya de muy pequeñitos con la comida. Da igual que te resulte una tortura la textura, da igual que te produzca náuseas el olor, da igual que tengas que salir corriendo a vomitar a la primera cucharada, da igual que llores de dolor a lágrima viva… les da exactamente igual. Te riñen.

La única conclusión a la que llegan es que no lo comes porque no te da la gana. Eres un niño caprichoso y la letra con sangre entra. Lo vas a comer por sus cojones, a la fuerza. O aceptas aguantar el infierno, o te dan con el látigo, tú eliges.

“Mucha policía, poca diversión…”

Te riñen por no mirar a la cara cuando te están hablando: ¡qué mires a la cara cuando te estén preguntando te he dicho! Te riñen cuando no respondes porque de repente sientes ese sentimiento de vergüenza extrema que te hace no ser capaz de contestar a su pregunta. Sí, te riñen.

Te riñen y te siguen riñendo cuando al calvo le dices que es calvo y cuando al que tiene un moco en la nariz le dices que tiene un moco en la nariz. Y tú no entiendes nada, no sabes que has hecho mal, no lo puedes comprender. Lo único que sabes es que te han vuelto a reñir.

“Un error, un error”

Y así vas creciendo con miedo, cada vez más y más miedo sin saber ni comprender nada porque nadie te explica nada. Sólo te riñen.

Y un buen día te dejan en el colegio y te sientes como si te hubieran abandonado en el centro de Tokio sin saber hablar japonés y ¡oh!, ¡sorpresa!, sí, lo habéis adivinado: ahí también te riñen. Porque te mueves y haces gestos, porque haces ruidos, porque no te sientas correctamente, porque escribes con la izquierda, porque no les miras cuando explican, porque le estás dando vueltas al boli, porque dibujas en la libreta…

Y te haces mayor y te riñen porque no llevas el cuaderno exacto que ellos quieren, ni subrayas exactamente con los colores que quieren, ni haces las cosas exactamente de la manera que te imponen que, por supuesto es la única correcta, válida y verdadera.

“Mucha policía, poca diversión…”

Y empiezas a faltar a clase porque no puedes más, estás agotado, exhausto, enfadado, y ni siquiera entiendes por qué tienes que soportar un sistema tan ultra rígido donde el que manda te obliga a hacer lo que él quiere, aunque tú te sientas más cómodo haciéndolo de otra manera.

Y ahí ya pasan de reñirte y darte con el látigo, a sancionarte directamente, llamarte sinvergüenza, tratarte mal públicamente o expulsarte. Y todo ello por no plegarte a sus imposiciones dictatoriales y no hacer lo que te ordenan. De aprobar ya ni hablamos.

“Un error, un error”

Y sigues creciendo y te encuentras que tus hobbies, gustos o aficiones tampoco valen: ¿Qué haces que no estás haciendo lo mismo que hacen los demás? ¿Por qué no sales? ¡Qué raro eres! Y te vuelven a reñir una vez más porque lo tuyo está mal, lo correcto es lo de los demás.

Y vuelves a tener que elegir: o sufres por hacer lo que no quieres o sufres porque te riñen por no hacer lo que te ordenan. Y entonces empiezas a actuar, “masking” lo llaman. De la noche a la mañana te conviertes en Vittorio Gassman cualquiera con un único objetivo: que te dejen de reñir.

“Mucha policía, poca diversión…”

Te metes en una espiral de desrealización y disociación total. Llega un punto que interpretas tantos personajes que ya no sabes quién eres, ni las cosas que te gustan, ni lo que quieres hacer con tu vida, nada. Simplemente eres un barco a la deriva arrastrado por la marea.

Lo bueno es que ya no te riñen, el “masking” no te gusta nada, te agota, te cansa, te hace llorar al llegar a casa pero, ¿qué otra opción tenemos? si no lo hacemos nos espera el látigo. El de la sociedad, el de la familia, el de los profesionales… ¡qué raro eres!, ¡por qué eres así! Desde luego como eres. ¿Por qué no eres como tus amigos?, ellos tienen hijos ya, traen a las novias a casa… el látigo, siempre el látigo. Llega un momento que haces lo que sea para que no te riñan más, estás harto de tanta tortura.

“Un error, un error”

¿Habéis visto o leído juego de tronos? Theon Greyjoy, ¿lo conocéis? Fue torturado hasta someter su voluntad. Llegó un punto que hacía cualquier cosa con tal de que no le castigaran más. Incluso cuando lo dejaron ser libre no era capaz de ello. Tenía miedo, terror…

Así exactamente nos sentimos de adultos cuando un profesional nos enseña que podemos y debemos ser libres. No sabemos quién ni qué somos, no somos capaces de salir por la puerta, aunque nos la hayan dejado abierta de par en par. Tenemos miedo, llevamos toda la vida sufriendo jarabe de látigo.

“Mucha policía, poca diversión…”

Nos paralizamos a la hora de hacer cualquier cosa porque nos viene esa horrible sensación de que nos van a reñir. Nos ponemos en alerta, miramos a todas partes y no podemos evitar sentir que nos están castigando igualmente, aunque eso no esté ocurriendo en ese momento.

Cuando al fin le echas dos cojones y atraviesas la puerta, llega una sensación aún peor: la culpa. Un terrible sentimiento de culpa por no cumplir con las expectativas de los demás, por no hacer lo que ellos quieren, por no ser quién y como ellos esperan. La culpa, sí, esa terrible culpa.

Y te vuelven a reñir y te siguen riñendo. Por no asistir a los eventos que ellos quieren, por no celebrar las cosas que ellos quieren, por pedirles por favor que no griten, que no fumen que no puedo respirar, o que esperen a que yo no esté para abrir el queso porque me da náuseas.

En ese momento es cuando se incorpora una nueva modalidad de castigo: te riñen porque ya no eres como antes. Ahora resulta que te has convertido en un egoísta porque ya no te doblegas a sus caprichos e imposiciones y empiezas a hacer las cosas que a ti te gustan.

“Un error, un error”

Aburrido, raro, quejica, borde, soso, friki, siempre estás igual, no vamos a dejar de hacerlo por tu culpa. ¿Os suena? Vivimos en una sociedad que nos somete, nos tortura hasta anular nuestra voluntad a base de latigazos, castigos, penas, dolor y culpa. La policía social es terrible.

Acordaos de esto siempre: no sois culpables, SOIS tan válidos como el que más.

Cada vez que pienso en todos esos niños y niñas que no se pueden defender me pongo malo. Nos tratan como a los esclavos de las galeras romanas: o remas hasta desfallecer o te dan con el látigo. Elige de cuál de las dos maneras prefieres sufrir.

Mucha policía, poca diversión
¡Un error, un error!
Mucha policía, poca diversión
¡Represión, represión!
Mucha policía, poca diversión
¡Un error, un error!
¿Quién tiene el dinero? ¿Quién?
¿Quién tiene el poder?
¿Quién tiene el futuro? ¿Quién?
¿Quién lleva la ley?

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