La ansiedad es una sensación difícil de describir, no a todos se nos manifiesta de la misma manera. A algunas personas nos sube una sensación de angustia por el pecho, a otras nos falta el aire, a otras se nos aparece en forma de fuerte presión en diferentes partes del cuerpo, se nos acelera el corazón, nos genera contracturas, nos tensiona la mandíbula, nos hace caer enfermos constantemente… pues sí, todo eso y alguna cosa más nos puede generar la dichosa ansiedad de los cojones.
Hay distintas causas que la originan, pero recordad que en este hilo estamos hablando de la rigidez mental y eso es en lo que nos vamos a centrar. Problema-rigidez-distorsión-ansiedad. Vale, pero esa cadena, ¿por qué se produce así y que tiene que ver la ansiedad en ello?
Hasta ahora os he citado a Yoda en varias ocasiones: «La ira lleva al odio, el odio al sufrimiento». También os he comentado que cuando nos enfadamos y empezamos con el “rucu rucu” mental estamos alimentando y engordando la ansiedad. Como el rascar, todo es empezar.
Cuanto más nos rasquemos más ganas tendremos de rascarnos. ¿Hasta cuándo? hasta que nos hagamos sangre. Ahí el daño ya está hecho. Vale, pero ¿por qué?, ¿porque yo lo diga? No, eso no vale. No os tenéis que fiar ni de mi ni de nadie. Tenéis que comprobarlo por vosotros mismos.
Imaginaos que estáis sentados en el sofá viendo una película. Llega alguien y empieza a hablar. Le dices que se calle. La persona sigue hablando. Le vuelves a decir que se calle por segunda vez. ¿Qué ha ocurrido? que te acabas de perder una escena de la película y, además, empiezas a notar en ti como ganas de darle una buena hostia. Pues nada oye que no se calla y sigue hablando. Empiezas a entrar en ebullición y le gritas: ¡QUÉ TE CALLES YA HOSTIA! Pero no se calla, ahí sigue dándote la matraca, dale que dale…
Analicemos esto:
En el momento que dio comienzo la pelea ocurrieron dos cosas: la primera fue que te empezaste a perder partes de la película y la segunda, que cada vez tenías más ganas de darle una buena hostia, pero aun así, siguió sin callarse. Al final estallas y te pierdes la película entera.
¿Es así o no?, ¿ocurre así o no? Comprobadlo.
Estás estudiando y aparece una mosca a zumbarte en la oreja. Puta mosca de los cojones… le sueltas un zarpazo. Ya te has despistado y no sabes por dónde ibas. Retomas pero la mosca vuelve.
¿Qué sientes ahora? el doble de cabreo que antes. Ahora le das dos manotazos y además te levantas de la silla. Te vuelves a desconcentrar. Pero la puñetera vuelve y, ¿qué pasa? que te levantas de la silla y echas a correr detrás de ella por toda la casa. ¿Resultado? cabreo monumental y además has dejado de estudiar.
Esto es a lo que me refiero con lo de alimentar la ansiedad. Le damos de comer y engorda. Cuando nos peleamos ya sea por dentro o por fuera, le estamos echando alpiste del bueno. No me digáis que Yoda no era un puto genio: «La ira lleva al odio, el odio al sufrimiento».
La ansiedad, como el rascar, todo es empezar. Darle de comer a la ansiedad, la desata. Siempre estará por encima de nosotros. Si gritamos un poco, la ansiedad nos gritará más. Si nos ponemos de pie, se subirá a una escalera… Si la alimentamos nunca la podremos vencer.
¿Y si dejáramos la mosca en paz? ¿Y si no le hiciéramos caso al zumbido?
Vamos a volver a los ejemplos de ayer. Si nos enfadamos con un compañero de trabajo por el error que ha cometido y empezamos a pelearnos, bien por dentro de nosotros mismos o bien por fuera directamente con él, le estamos dando de comer a la ansiedad.
¿Resultado?
Acabáis de comprobar lo que ocurre (¡comprobadlo coño!). Nuestro cabreo será cada vez mayor y, además y esto es muy importante, no nos podremos concentrar en lo que estamos haciendo.
Vamos a profundizar en esto con el otro ejemplo, el del coche en doble fila que nos impedía el paso: “puto coche de los cojones”, “tengo prisa”, “no puedo pasar”, “pero como se le ocurre”, etc. le estoy dando gasolina de la buena a la ansiedad. Empieza a crecer y a crecer, ya hemos desatado la cadena y, como hemos visto, cada vez irá a más, y a más… hasta hacernos sangrar de tanto rascar. ¿Qué ocurre aquí? que se produce la distorsión y pasamos por alto ese hueco en el otro carril que podríamos haber utilizado para resolver la situación, es decir, el portero se convirtió en gigante impidiéndonos ver la portería.
Enfadarse es como echarle gasolina al fuego. La hoguera crecerá tanto que luego no hay quien la apague. Además, cuando tenemos la ansiedad desbordada, cualquier otra cosa que nos ocurra en ese momento por pequeña que sea nos parecerá un drama gigantesco. Y después llega la culpa…
Soy un inútil, soy un vago, hoy no hice nada, no hago más que perder el tiempo, soy un desastre, no valgo nada. No amigos no sois nada de eso, valéis y mucho. La ansiedad agota, agota hasta límites insospechados. Pelearte con tus pensamientos es extenuante.
No es vuestra culpa, que os quede muy claro, simplemente es que nos han educado mal.
¿Pero sabéis cómo funciona también la ansiedad?, pues justo al revés. Si dejo de alimentarla, adelgazará. ¿Os dais cuenta de lo importante que es eso?, cuanto menos caso le hagamos, menos intensa será. La “neuroplasticidad” es algo maravilloso: somos lo que entrenamos.
Vosotros decidís qué es lo que queréis entrenar. ¿La calma?, ¿o los enfados? Yo lo tengo claro.
¿Recordáis que os hayan enseñado de pequeños a ser asertivos?, ¿recordáis que os hayan enseñado alguna técnica de resolución de conflictos? Yo tampoco.
Eso sí, lo del mínimo común múltiplo y el máximo común divisor muy útil, no hay día en mi vida que no haya necesitado usarlo (ironía autista).
¿Qué ocurría cuando éramos niños y hacíamos algo mal? Nos reñían. Nos reñían mucho y nos castigaban. ¿Qué fue lo único que aprendimos? (al menos los de mi generación): que cuando alguien comete un fallo, hay que gritarle y reñirle. Y además castigarle duramente para que aprenda la lección.
¿Qué pasa cuando crecemos? Dos cosas:
La primera que cuando la medida coercitiva desaparece porque ya somos mayores y no nos pueden castigar, volvemos a hacer lo que no se debe hacer. ¿Por qué? pues porque nunca nos han enseñado nada, sólo nos reñían, hemos crecido sin aprender. «Obedecer» es una de las palabras más terroríficas que conozco. Es muy curioso ver a padres riñendo a sus hijos por cosas que luego ellos mismos hacen. Cuando alguien obedece, es porque no lo ha entendido. Si lo hubiera comprendido lo haría de ”motu proprio”.
La segunda cosa que ocurre es que cuando nosotros nos hacemos mayores, también reñimos a los demás con dureza cuando se equivocan. ¿Por qué?, pues porque es así como nos enseñaron que se hacía, no tuvimos otro ejemplo.
Llevamos toda la vida entrenando la ira, echándole gasolina al fuego, dándole tanto de comer a nuestros pensamientos negativos que se han puesto gordos «El lado oscuro es ahora fuerte en ti.» ¿Veis?, Star Wars, todo está en Star Wars.
Hemos cavado un agujero tan profundo que ahora a ver como cojones salimos de él. Pues lo haremos, ya veréis como sí que lo haremos. ¿Cómo?, pues poniéndonos a dieta, dejando de alimentar todo aquello que nos hace daño.
Nos vemos en el capítulo IV.
Que la fuerza nos acompañe.